Las éticas del deber no son teleológicas, a diferencia de las éticas de la felicidad, y, por tanto, no juzgan las acciones por sus consecuencias. Las éticas del deber o, como también se llaman, de la justicia valoran las acciones desde la convicción de que las acciones humanas, ante todo, deben ser justas.
Parece claro que nuestra naturaleza nos impulsa a perseguir la felicidad, así que cabe preguntarse qué nos anima a inspirarnos en la justicia como principio fundamental de nuestra conducta moral. La respuesta a esta pregunta es lo que podríamos llamar sentido del deber, ya que existe una estrecha conexión entre el deber y la justicia.
A veces, las cosas no son como deberían ser; digamos que hay una falta de sintonía entre el ser y el deber ser de las cosas. Cuando esto sucede, nos parece injusto y sentimos el deber de restituir el orden haciendo que lo que deba ser sea. Esta vinculación de las éticas de la justicia con la noción de deber ha hecho que también se las denomine éticas deontológicas.
Las conclusiones a las que llegan y las propuestas que hacen las éticas de la felicidad y las éticas del deber no tiene por qué coincidir. De hecho, es perfectamente posible que alguien sea feliz, sin ser justo, del mismo modo que puede suceder que alguien justo no logre ser feliz.
1.La ética kantiana
1.1. La crítica a las éticas materiales
La filosofía moral de Kant parte de un planteamiento muy crítico ante todas las éticas anteriores. Según Kant, las distintas propuestas éticas que se han elaborado a lo largo del tiempo compartes una misma característica.
Todas ellas son éticas del bien, porque consideran que la vida humana debe orientarse a perseguir un objetivo supremo. Este objetivo nos sirve de guía para saber cómo debemos actuar si queremos alcanzarlo.
Ciertamente, no existe acuerdo acerca de cuál es este objetivo. Para unos es el placer; para otros, la felicidad; para otros, la salvación del alma… Pero el caso es que todas estas teorías éticas, pese a sus diferencias, tienen algo en común. En todas ellas la filosofía moral nos ofrece un contenido específico al que aspirar. Kant denominaba éticas materiales a estas concepciones en las que se nos propone un objetivo determinado.
Las éticas materiales fundamentan la acción moral en la meta hacia la que debemos orientar nuestra vida.
Kant pensaba que las éticas materiales presentaban graves inconvenientes. Para empezar, las normas de una ética material siempre son hipotéticas. Esto quiere decir que no hay actos absolutamente buenos, sino que solo lo son si aceptamos aquel objetivo supremo y si, además, sirven para ayudarnos a alcanzarlo.
Piensa, por ejemplo, en las propuestas de la ética epicúrea. Para Epicuro el objetivo supremo del ser humano es ahuyentar el dolor y vivir en un placentero estado de calma interior. Para conseguirlo, la ética epicúrea nos recomienda evitar los excesos, vivir con moderación y cultivar placeres nobles como la amistad. Estas indicaciones sobre lo que tenemos que hacer pueden ser muy útiles, pero únicamente nos sirven si verdaderamente queremos obtener placer y eliminar el dolor. Si mis intereses son otros, las normas de vida que propone Epicuro ya no me sirven. Cuando alguien no aspira a obtener placer sino, por ejemplo, a salvar su alma, la conducta que debe seguir es muy distinta.
Además de ser hipotéticas, las éticas materiales también son heterónomas. Esto quieres decir que las normas de conducta no las elige el sujeto, sino que vienen dadas por el bien supremo que debemos perseguir. Continuamos con nuestro ejemplo, si lo que yo deseo es vivir placenteramente, entonces existen ciertas normas básicas que debo respetar. Esas normas no las he puesto yo, sino que se derivan de la meta que estoy persiguiendo.
Además de estos dos problemas, Kant también señalaba que todas las éticas materiales son a posteriori. Esto significa que para saber cómo debemos comportarnos debemos basarnos en la experiencia. Si lo que deseo es obtener placer, no tengo más remedio que probar distintas situaciones para saber cuáles son agradables y cuáles no. No es posible saber de antemano qué cosas son buenas o malas si no las hemos experimentado antes. Kant criticaba las éticas materiales porque todas ellas son hipotéticas, heterónomas y a posteriori.
1.2. Su propuesta
Para evitar los inconvenientes de las éticas materiales, Kant elaboró una teoría ética que tuviera unas características opuestas.
La filosofía moral de Kant pretende ser una ética necesaria, autónoma y a priori.
En primer lugar, Kant insiste en que las normas éticas no deben depender de ninguna condición, sino que han de ser universalmente válidas. Por eso la ética no debe ser hipotética, sino necesaria, es decir, categórica, que es justamente lo contrario.
Además, Kant creía que la base de la ética debe ser la autonomía del sujeto. Cada persona debe ser capaz de elaborar sus propias normas, sin que nada ni nadie nos imponga lo que tenemos que hacer. Solo así el individuo será verdaderamente libre y solo así la moral respetará la dignidad humana, que está ligada a la capacidad de cada cual para decidir por sí mismo.
Finalmente, Kant quería elaborar una propuesta ética que fuese válida a priori, es decir, que fuese independiente de la experiencia. Una ética a priori es siempre válida, porque sus normas no dependen de las circunstancias.
Si logramos elaborar una ética a priori sabremos en todo momento lo que hacer, sin necesidad de tener que empezar por probarlo empíricamente.
Pero ¿cómo puede lograrse una ética así? ¿Existe alguna posibilidad de articular una propuesta moral que cumpla estas condiciones? Kant creía que sí es posible, pero solo si renunciamos a buscar un objetivo concreto para nuestras vidas.
Una ética material nunca puede ser verdaderamente universal. La propuesta de Kant es, por el contrario, una ética formal.
Decimos que la ética de Kant es formal porque no contiene órdenes ni prohibiciones concretas. La ética kantiana no nos indica el contenido de lo que debemos hacer, porque considera que somos nosotros mismos quienes debemos decidirlo haciendo uso de nuestra autonomía. Lo que hace esta ética, en cambio, es señalarnos cuál debe ser la forma que deben tener esos mandatos que cada cual debe elaborar por sí mismo.
Kant denominaba máximas a las reglas de conducta individuales que, según su propuesta ética, el sujeto debe elaborar autónomamente. Lo que viene a decir la ética formal de Kant es que no todas las máximas de conducta son igualmente válidas. Solo resultan moralmente aceptables aquellas que han sido correctamente elaboradas y tienen la forma adecuada. ¿Pero en que consiste realmente esta forma?
1.3. Su ética del deber
La ética kantiana se basa en la premisa de que, para determinar el valor moral de una acción, no importa lo que se haga, sino el modo en que se haga. No importa el contenido de la acción, sino su forma.
Lo que nos mueve a actuar de un modo u otro es la voluntad. En ella reside la clave para juzgar moralmente nuestras acciones. La buena voluntad nos anima siempre a cumplir con nuestro deber y eso la convierte, a juicio de Kant, en la única cosa que es moralmente buena sin restricciones. Sin embargo, no basta con hacer lo que se debe para que la acción sea moralmente valiosa. Es importante la forma en que se cumple con el deber. Para aclarar esto, Kant distingue tres tipos de acción en relación con el deber:
*Acción contraria al deber. Es aquella en la que se lleva a cabo la opuesto a lo que se debería hacer. Un ejemplo de este tipo de acción sería el de un comerciante que decide cobrar un precio abusivo a un cliente inexperto, como pudiera ser un extranjero que no conoce la moneda del país.
*Acción conforme con el deber. Es aquella en la que se realiza lo que se debe, pero por motivos ajenos al deber. Ilustra este supuesto un comerciante que cobra al cliente inexperto un precio justo, pero solo porque quiere garantizarse una clientela o porque teme ser delatado por otros clientes o descubierto y sancionado por prácticas abusivas.
*Acción por deber. Es la que se hace porque se quiere cumplir con una obligación moral con independencia de las consecuencias que ello pueda tener. En este caso, el ejemplo sería el de un comerciante que cobra el precio justo a su cliente porque considera, sin más, que esa es su obligación.
La (buena) voluntad debe disponerse a descubrir cuál es su deber para luego cumplirlo. Aquí es donde, según Kant, interviene la razón práctica formulando el único precepto moral que tiene carácter universal y que denomina imperativo categórico. Este imperativo dice así:” Obra de tal modo que quieras por tu voluntad que el principio de tu acción se convierta en ley universal” Esta es la ley moral universal, que obliga a hacer aquello que querríamos que todos hicieran si estuvieran en nuestro lugar.
2. La ética existencialista
La ética existencialista de Jean-Paul Sartre parte de tres presupuestos: en el ser humano la existencia precede a la esencia, el ser humano está condenado a ser libre y Dios no existe.
Si Dios no existe, entonces no hay un orden moral dado que pueda orientar al ser humano en sus elecciones: los valores morales son creación suya y dependen por completo de él. Lo que elige es lo que considera bueno para él y de este modo, con sus elecciones, va creando los valores. Esto no implica la defensa de una anarquía moral. Como dice el propio Sartre: “Nada puede ser bueno para nosotros sin que sea bueno para todos”. De este modo, las elecciones se vuelven trascendentales porque, al elegir los valores y decidir sobre las normas éticas, me hago responsable de mí mismo y de toda la humanidad.
La tarea, así concebida, se presenta como una carga insoportable que hay que llevar en solitario, pero que afecta a los demás y de la que no es posible librarse. Este radical desamparo ante esta tarea inmensa hace que la libertad no pueda ser concebida más que como una condena que acarrea una enorme responsabilidad que provoca angustia. El ser humano no ha elegido ser libre, pero no puede dejar de serlo; y con cada elección pone en juego tanto lo que haya de ser él, su esencia, como la construcción de una moral que compromete a toda la humanidad.
3. La ética dialógica
La ética dialógica o ética del discurso surge en la segunda mitad del siglo XX como una revisión de la propuesta kantiana. Sus principales defensores son J. Habermas y K-O Apel. Estos autores sostienen que, para decidir sobre la moralidad de una acción y sobre la universalidad de los principios que la inspiran, no basta con tener en cuenta lo que un individuo aislado descubre empleando su razón práctica. Los seres humanos vivimos en sociedad: nuestras acciones y nuestras decisiones afectan a los demás. Por tanto, se trata de convertir en diálogo lo que en Kant era un monólogo.
Para la ética dialógica, las decisiones morales deben adoptarse teniendo en cuenta a todos los afectados por ellas.
La importancia del diálogo en la moral condujo a Apel y Habermas a establecer unas condiciones ideales a las que debe tratar de aproximarse cualquier diálogo real en el que se debatan asuntos relacionados con la moral. Estas condiciones ideales son dos:
*Principio de universalización. Para que una norma sea válida, es necesario que todos los afectados por ella puedan aceptar las consecuencias y los efectos secundarios que, presumiblemente, se derivarían de su aplicación universal.
*Principio de la ética del discurso. Para que una norma sea válida, es necesario que sea fruto de un diálogo en el que hayan podido participar todos los que pudieran verse afectados por ella y que, como consecuencia de ese diálogo, todos acepten cumplir esa norma.
(Francisco Ríos Pedraza. Filosofía 1 bachillerato. Editorial Oxford. Madrid 2022. César Prestel Alfonso. Filosofía Bachillerato. Editorial Vicen Vives. Barcelona. 2022)