La pregunta moral ha azuzado a la filosofía desde sus comienzos. ¿Por qué hay mal y no solo bien? He aquí la respuesta que seis autores han dado.
1.San Agustín
Dice San Agustín que a la pregunta por la maldad del mundo siempre se el puede responder con el bien que hace Dios. El mal es una privación, no algo que pueda definirse de forma positiva. Lo entiende como ausencia de bien, que es la norma. El mundo en su conjunto es bueno porque es obra de un Dios bueno. Aquello que, en particular, se opone a la bondad del conjunto es solo relativamente malo.
Aunque para San Agustín no existe un mal atribuible al universo por entero, sí existen acciones humanas malvadas. Estos males no son fruto de Dios, sino fruto del libre albedrío de los sujetos, que con sus decisiones pueden equivocarse o elegir un camino que los aleje de la bondad y de Dios.
2.Hegel
Para este filósofo alemán, pensar que el mal existe es fruto de una mirada corta, miope; es consecuencia de aquellas teorías que piensan los conceptos desde la finitud. Cuando alzamos la vista, cuando miramos el proceso de la historia en su totalidad, nos damos cuenta de que el mal es tan solo un momento de ese camino. Una parada. Un instante, El mal existe, sí, pero no es nada en sí mismo. En la filosofía de Hegel, el mal se supera en el propio devenir positivo de la historia.
Así todo, la astucia de la historia no consiste en evitar el mal, pues es evidente que ha habido muchas catástrofes y barbaries, sino en obtener el bien a partir del mal, en convertir el momento negativo en motor del progreso.
3.Rousseau
El mal no es un problema metafísico, sino político, considera el filósofo suizo. A él no le interesa tanto si existe el mal en abstracto, sino aquellos males atribuibles al ser humano. Para él, la principal fuente de males es la desigualdad social. Cree que, en el fondo, el ser humano es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe.
Del “estado de naturaleza” propio de la especie humana se pasa a asociarse en comunidades. Esto ocurre por la aceptación de un contrato social de dominación donde la propiedad es usurpada por unos pocos. Para Rousseau, la forma de evitar el mal es tener una mirada crítica de la civilización y la racionalización del mundo, que no siempre genera bienes; más bien sucede lo contrario.
4. Sade
Es uno de los autores “malditos” que han reivindicado el mal como positivo, no como algo a evitar. El bien y sus reglas morales, piensan, son una losa con olor judeo-cristiano. Los mandatos morales son eso: mandatos.
Frente a esas cadenas disfrazadas de moral y buenismo, Sade piensa al ser humano como libre, creativo, con múltiples deseos que no pueden realizarse bajo la rígida etiqueta de “lo bueno”. El bien no nos libera; nos ata.
El mal es momento de afirmación. Sólo hay una forma de hacer el bien pero ¡hay tantas de hacer el mal! La transgresión de la norma es el acto más creativo. Frente a la neurosis de una cultura “buena” que persigue el orden moral, Sade propone maldad y transgresión hacia lo otro. Frente a la moral, libertad.
5. Arendt
En el contexto de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial y de los crímenes cometidos por el régimen nazi, Arendt desarrolla el concepto de “banalidad del mal” para referirse a un mal particularmente peligroso. Se refiere al mal cometido sin pensar, solo por obedecer órdenes, en el que se diluye por completo la responsabilidad individual.
Durante el Holocausto, los nazis actuaron cometiendo crímenes dentro de las reglas del sistema político sin preocuparse por las consecuencias morales de sus actos. Como se trataba de actos cometidos en el nombre del deber, no fueron socialmente censurados, lo que dificultó su consideración moral. La autora defiende que uno de los objetivos de la política es evitar esta banalidad.
6. Nietzsche
“Mis sospechas tuvieron que detenerse ante la pregunta de cuál es el origen de nuestro bien y mal”, dice en La genealogía de la moral. Su pensamiento supuso una fractura: su filosofía no busca tanto qué es lo bueno o lo malo, sino de dónde surgen estos valores, por qué los hay.
La respuesta de Nietzsche en su búsqueda de la raíz moral es la voluntad de poder. El ser humano se mueve coloreando la gris realidad con la profundidad de los valores. Lo bueno es el resultado de una valorización, de una fuerza, de un querer. Piensa que así lo fue hasta que el cristianismo produjo una inversión y llamó bueno a lo débil, a lo enfermizo, a poner la otra mejilla, El reto desde Nietzsche no es hacer el bien, sino crear nuevas tablas de valores.
(Irene Gómez-Olano y Javier Correa Román. Artículo sacado de la revista Filosofía&Co. Septiembre 2022. Número 2)