¿Qué piensan los chicos del amor? ¿Cómo sitúa nuestra cultura a los jóvenes respecto al amor de pareja? Ellos también han sido aleccionados durante siglos en relación con lo que pueden y deben esperar de sus relaciones con las mujeres.
No pienses que es un tema de que se han desentendido: casi todo lo que se ha escrito hasta el siglo XIX lo han escrito ellos, los hombres. Nuestras visiones sobre la mayoría de las cosas han sido escritas por ellos, y también, claro está, sobre nuestra concepción del amor. El amor de hombre y el amor de mujer han sido abordados según la visión de ellos, juez y parte en todos estos asuntos.
Los chicos han recibido también la idea, muy potente, de que el amor es algo valioso. Pero eso lo han acompañado de otro mensaje que era opuesto al que recibían las chicas: “Tranquilo, hijo, el amor llegará”. Era el mensaje de que no había prisa alguna por formalizar el amor. Disfruta del amor, sí, porque no hay prisa en casarse. Se lo he oído a tantas madres de ayer y hoy: “Tú, hijo, no tengas prisa con las chicas. Esa lagartona te quiere cazar”. Las madres transmiten a los hijos varones la idea de que las chicas parece que van a por una aventura, pero, en realidad, les quieren echar un lazo y amarrarles para toda la vida. Algunas, más realistas, están muy contentas de que su hijo vaya con tal chica porque…le centra en los estudios. Y no añaden “…y le desahoga sexualmente”, porque todavía hay cierta idea de lo que se puede pensar, pero no se debe decir en público.
Los chicos siguen recibiendo, de forma sutil o directa, el mensaje de que primero y antes de comprometerse han de hacer otras muchas cosas con distintos nombres. Uno de ellos es “vivir la vida”, donde resulta que entra el “probar mujeres”. Probarlas de dos formas distintas, seduciéndolas o sacando la cartera para pagar a un grupo de mujeres que se denominan “mujeres públicas” o “prostitutas”. Coleccionar mujeres siempre ha sido una prueba de virilidad.
El personaje de Don Juan ha sido uno de los mitos de la masculinidad entendida como “coleccionismo de mujeres”. Este es el ingenioso lema del señor Tenorio:
Un día para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
uno para abandonarlas,
dos para sustituirlas
y una hora para olvidarlas.
Da rabia, ¿verdad? Por eso he puesto los versos en fila, para experimentar bien a fondo esta rabia.
Algunas te dirán: “Bueno, mujer, esto es cosa del pasado”. Tienen parte de razón, pero no desprecies nunca la huella que miles de años de este tipo de mandato cultural ha dejado en los varones. Toda nuestra cultura ha tendido y tiende a legitimar que los hombres accedan a varias relaciones, que tengan incluso familias paralelas, que hombres mayores accedan a las chicas jóvenes, que vayan con prostitutas, Generaciones enteras de mujeres nos hemos criado con estos mensajes: “Los hombres son así y no los vas a cambiar. Además, a las chicas les gustan este tipo de hombres”.
Ahí están, para demostrarlo, las canciones de los raperos, como el inevitable Maluma. “Ligo y ligo y vuelvo a ligar. Tengo cuatro chicas y soy guay”, es una de sus melodías recurrentes. Y en los vídeos aparecen esas chicas un poco amontonadas, con sus cuerpos estupendos, indiferenciadas. A mí ya me aburren los videoclips con tantas chicas macizas, unas como atletas que lo mismo se retuercen por el suelo y reptan por paredes y barras, con sus culos macizos agitándose sin parar; otras, todo lo contrario, quietas como muertas vivientes, entre cansadas y lelas, con la boca entreabierta.
Que a mí me cansen no significa gran cosa; como dices, tienen millones y millones de seguidores. Es verdad. Creíamos que el feminismo había condenado al mujeriego al baúl de los recuerdos, pero ha vuelto con fuerza en el terreno de la música. El hombre mujeriego sigue vendiéndose como inevitable y maravilloso. Ahora se ha llenado además de matices de “hombre nuevo”: un chico grande travieso y molón que no mismo se pone falda que nos presenta a su adorada abuelita. Vamos, que lo es todo porque fluye sin parar de una cosa a la otra: fluye de mujeriego a feminista, de falda a pantalón y de malo malote a concienciado social y político, de ateo a superreligioso.
Me descubro ante esta estrategia: cuando todo fluye, y todo es todo, resulta difícil desarrollar una visión crítica de nada, el lío nos ha colonizado la mente. Lo que nos parecía mal, se ha transmutado de repente en su contrario. ¿Por qué nos vamos a poner serias? A bailaaar…
Pero tal vez a las mujeres no les hayan gustado nunca los chicos malos ni mujeriegos. Es solo que vieron en sus ojos una promesa de cambio y se la creyeron. La gran Lucia Berlin, escritora alcohólica y madre que crio cuatro hijos, nos habla de niñas que se creen listísimas y son engañadas. ¿Habéis tenido tú y tus amigas una experiencia comparable o de este tipo? ¿Es algo que pertenece al pasado o sigue condicionando vuestras vidas? La escritora Marta Sanz lo narra como si fuera una constante que sigue marcando el presente de las mujeres: “Mujeres que beben porque las han mentido desde que eran niñas, no saben estar solas y, como tercas Bovarys, se creen los folletines que poco a poco las matan; algunas se ausentan de la vida, otras resoplan y se rehacen”.
Seguramente, es muy importante que las mujeres no nos engañemos ni nos dejemos engañar, pero de ahí a renunciar al amor…¿por qué? Sea con mujeres o sea con hombres, si una idea del amor forma parte de la vida buena, dime por qué habrías de renunciar a ello.
Vamos a pensar otra posibilidad, ¿y si el hombre mujeriego no ha sido nunca un hombre atractivo para las mujeres? Quizá eso de que a las chicas les gustan los malotes es una leyenda urbana o una leyenda filosófica. O igual les gustan, pero solo hasta los veinte años. No olvidemos que el mito de Don Juan fue pensado y escrito por hombres.
Lo cierto es que en nuestra cultura no solo ha existido el mito de Don Juan, el coleccionista de mujeres. También ha existido y existe el “mito” del hombre atractivo, fuerte y valiente, leal y comprometido. Si nos fijamos bien, este varón monógamo ha sido y es el protagonista de la mayor parte de las películas que no han sido arrasadas por el paso del tiempo. Fíjate, las obras clásicas, las que perduran, son las que han mostrado a mujeres y hombres que mantienen cierta reciprocidad en sus relaciones. Incluso en las sociedades más desiguales. Los personajes inolvidables del cine no parecen ser unos salidos de cuidado. Ni unos hombres que se están pajeando continuamente, que no saben estar sin su porno, que buscan páginas de “muy jóvenes, dieciocho años”. En algunas de las series actuales de más éxito, también aparecen hombres monógamos. Suelen ser hombres enfrentados a situaciones complejas, extremas, donde está claro que solo el grupo puede hacer frente a la adversidad, aunque esto no les resta individualidad, como Rick, el de Los muertos vivientes, o como Snow, el de Juego de Tronos. Estos personajes no son peleles que pasan el día mirándose el ombligo, buscando chicas con las que follar como si fuera algo “trascendente”, ni maridos aburridos que buscan dar un poco de salsa a su existencia porque sus hijas y la vida doméstica les aburren soberanamente. Y los personajes de ellas tienden a evolucionar.
(Ana de Miguel. Ética para Celia. Contra la doble verdad. Penguin Random House Grupo Editorial. Barcelona. 2021)