La presión por hacer legal el alquiler de vientres de mujeres para la gestación de hijos e hijas que, una vez nacidos (y si están en condiciones óptimas de salud), serán separados de su madre y entregados a quienes la han alquilado para gestar y parir es una de las cuestiones de la agenda a la que se enfrenta el feminismo de la cuarta ola. En este caso, el neolenguaje se desarrolla hasta límites insospechados. Como señala Núria González, defender la gestación subrogada, la gestación altruista, hablar de padres comitentes o del producto no es lo mismo que defender los vientres de alquiler, los padres contratantes, la compraventa de cuerpos o los niños y niñas mercantilizados. González da un paso más y reflexiona acerca de cómo sobre ese neolenguaje, en el caso de los vientres de alquiler, se construye el “neoderecho”, entendido como el éxito de conseguir que una aspiración, tras haberla normalizado y popularizado, se convierta en algo legítimo. Es decir, el deseo convertido en ley. Hay que disfrazar mucho las palabras para que se considere legítima la compraventa de seres humanos, con intermediarios lucrándose en cada operación.
Así, la cultura neoliberal y la economía de mercado han generado un proyecto de vida basado en tener deseos y satisfacerlos. Unos deseos que el mercado convierte en derechos (del consumidor o del cliente) y que únicamente se encuentran sometidos a la capacidad económica de cada cual, puesto que los límites legales se saltan con la capacidad económica suficiente. En el caso de España, a pesar de que los vientres de alquiler están prohibidos tanto en la legislación específica como en el Código Penal, se calcula que son adquiridas mediante esta práctica mil criaturas al año.
Todo ello en un contexto en el que el precio y el dinero parecen liberar a quien consume de cualquier responsabilidad ética o moral. Centenares de páginas web ofrecen servicios de vientres de alquiler. Durante las últimas décadas, solo en Estados Unidos se calcula que el número de gestantes al servicio del baby business ronda las 25.000 mujeres, Un negocio que, como todos los demás, se esfuerza en aumentar beneficios y las empresas dedicadas a él, en incrementar su competitividad. Claro que en el caso de los vientres de alquiler se han centrado fundamentalmente en reducir los costes de producción, garantizar la satisfacción del cliente y evitar costosos litigios judiciales en caso de conflicto con las madres que, traducido, significa que es práctica habitual que el óvulo se adquiera de una mujer caucásica, que es la carga genética más solicitada, pero que la gestación se abarate utilizando una mujer hindú. Con este procedimiento deslocalizado se garantiza que los rasgos fenotípicos de la criatura se ajusten a una demanda racializada (cuando no racista), se evita que la gestante reclame sus derechos de maternidad sobre una criatura que no porta sus genes y se reducen costes en el proceso de gestación. Según Michael Sandel, en su libro Lo que el dinero no puede comprar (2013), en el año 2012 la retribución que recibía una gestante californiana rondaba los 25.000 euros, mientras que una hindú percibía un promedio de 6.000 dólares. Informaciones más recientes apuntan que en el caso de la India la remuneración de la gestante responde, cada vez más, a criterios arbitrarios y su coste, a su vez, ha ido descendiendo durante los últimos años, rondando los 4.500 dólares en el caso de la India y los 10.000 dólares en California.
El feminismo de la cuarta ola no puede eludir el fenómeno de los vientres de alquiler, porque, como señala Laura Nuño, si bien la apropiación del cuerpo, la sexualidad y la capacidad reproductiva de las mujeres no es un hecho nuevo, mercantilizar la disolución del vínculo existente entre gestación y maternidad representa, sin embargo, una novedad según la cual las mujeres son seres destinados a custodiar y parir lo que otros crean y desean. Tal como lo relató Margaret Atwood en 1984 en su libro El cuento de la criada, con una pequeña diferencia. Cuando Atwood escribió el libro, se trataba de una distopía: ahora, leer el libro perturba por su parecido con ciertas realidades y discursos cada vez más habituales y normalizados.
Nuria González se remonta a la Biblia, al Libro del Génesis, para documentar el primer caso registrado en una obra escrita de vientre de alquiler. En el capítulo 16, se relata el nacimiento de Ismael cuando Sarai, mujer de Abraham, no le daba hijos y ella tenía una esclava egipcia que se llamaba Agar. Dijo pues Sarai a Abraham que como el Señor le había negado la posibilidad de tener hijos, y ya que “tenían” una mujer esclava, tendría hijos a través de ella. Así, le pidió a su marido que “tomara” a la esclava para concebir. Es el mismo relato que utiliza Atwood en El cuento de la criada, también sin compensación alguna, puesto que “las criadas” también son esclavas. El primer caso de vientre de alquiler no novelado es mucho más reciente. Fue en 1976 en California y se realizó a través de una inseminación artificial financiada por el abogado Noel Keane, creador de la primera agencia dedicada a este negocio, la Surrogate Family Service Inc.
El primer caso médico ocurrió también en Estados Unidos, en 1985. Es el conocido caso “Baby M.”, en el que la mujer gestante, Mary Beth Whitehead, de 29 años, firmó un contrato por el que se comprometía a tener un hijo para William y Elizabeth Stern. En el contrato se establecía que Whitehead accedía a que, en el mejor interés del niño, no desarrollaría ni intentaría desarrollar una relación madre-hijo con el niño y dejaría la custodia a William Stern, padre natural, inmediatamente después del nacimiento del niño y renunciaría a todo derecho materno relacionado con el niño. Según el acuerdo, en total William y Elizabeth Stern pagarían 25.000 dólares al centro de Infertilidad, de ellos Whitehead recibiría 10.000 dólares como compensación por los servicios y 5.000 se destinarían a gastos médicos, legales y seguros. Pero el primer contrato de vientre de alquiler terminó de manera conflictiva, porque, después de hacer su hija, Whitehead y su marido decidieron no entregarla al matrimonio comitente. La madre gestante había sido inseminada con semen del varón de la pareja comitente y los tribunales, después de muchas apelaciones, otorgaron la custodia de la niña al padre biológico, permitiendo tan solo visitas a la madre biológica.
Por todo ello, la gestación comercial remite a una nueva noción de ciudadanía censitaria según la cual solo aquellas personas con capacidad económica suficiente tienen garantizada descendencia a demanda. Una “bioética para privilegiados” donde las agencias mediadoras ofrecen todo tipo de servicios con una cartera variable de precios y prestaciones: desde la organización del traslado del cliente al país de compra, servicios médicos y jurídicos, posibilidad de reemplazar la lotería genética por la selección genética, elección de las características de la gestante y, si se precisa, ovocitos de “donante bellas, sanas e inteligentes”. Como reza el eslogan de las subastas de óvulos de jóvenes modelos organizada por Ron Harris (productos de Playboy). La foto de las mujeres y sus características físicas se ofrecía a los compradores inscritos en la página web Ron´s Angels. La puja de los ovocitos de cada modelo se abría en 15.000 dólares y, en algunos casos, llegó a alcanzar cifras cercanas a los 150.000 dólares. La página obtuvo, desde el año 1999 hasta 2005, casi cuarenta millones de dólares de beneficios.
Así pues, se trata de una reproducción humana deslocalizada según criterios de oferta y demanda, abaratamiento de costes, incremento de beneficios y satisfacción del cliente. Los exhaustivos contratos de gestación incluyen desde el Diagnóstico Genético Preimplantatirio (DGP) para descartar la propensión a enfermedades, la penalización económica o las condiciones de una posible cancelación y las normas de conducta, o hasta los hábitos de vida de la gestante (incluida movilidad, medicación, régimen alimenticio o prácticas sexuales). Previo pago, todo está disponible en el mercado de los deseos.
(Nuria Varela. Feminismo 4.0. La cuarta ola. Penguin Random House Grupo Editorial. Barcelona. 2019)