El deporte femenino sigue siendo anecdótico para los medios de comunicación, las Administraciones y el público en general. Concretamente, el deporte femenino en equipo, y muy particularmente, el fútbol. Y no se trata tan solo de una discriminación de hecho, sino también de derecho. Según María José López González, abogada especialista en derecho deportivo y secretaria general de la Asociación Deportista de Futbolistas, “todo el mundo se llena la boca con el deporte femenino, pero tenemos marcos normativos que tienen más de veinticinco años y son incapaces de asumir el rol y la presencia de la mujer en el deporte”.
CUANDO DAR PATADAS A UN BALÓN ES COSA DE HOMBRES.
10 de junio de 2015. No es un día cualquiera para el deporte en España. La Selección Nacional Absoluta debuta en la Copa Mundial Femenina de Fútbol, disputada en Canadá, contra Costa Rica. Por primera vez la Roja femenina, creada en 1983 (la masculina se remonta a 1920), logra acceder a un Campeonato del Mundo. Además, la jugadora (Vicky Losada logra un hito en la historia del deporte rey al ser la primera goleadora de España en el máximo torneo femenino internacional.
Solo navegando (mucho) por internet y repasando los diarios deportivos consigo encontrar una pequeña referencia a esta gesta.
Al día siguiente, ninguno de los principales periódicos deportivos del país recoge la menor noticia del encuentro en la portada de su edición en papel. Exactamente lo mismo que ocurrió en abril de 2014, cuando las chicas de la Selección Nacional Sub-17 quedaron subcampeonas del mundo. Entonces, únicamente María Escario abrió la sección de deportes en los informativos de TVE con aquella noticia.
Desgraciadamente, no se trata de un hecho aislado.
Justo un día antes, el 9 de junio de 2015, Marca y también As- los dos a la vez, curiosa casualidad- tuvieron el precioso detalle de dedicar sus portadas impresas a toda página a las jugadoras de la Selección de Fútbol con unos titulares superoriginales: “Nuestras estrELLLAS” y “La hora de las chicas”, respectivamente. A ambos periódicos esas portadas les sirvieron a la vez como lavado de conciencia y tratamiento preventivo para evitar reproches ante sus sistemática ignorancia ante el deporte femenino de pelota (que no de pelotas).
La ley española avala la discriminación de las mujeres en el deporte a través del Real Decreto 1835/ 1991, de 20 de diciembre, sobre Federaciones Deportivas Españolas y registro de Asociaciones Deportivas, Este instrumento, aún vigente, ha servido para imposibilitar la profesionalización de las mujeres en los deportes tradicionalmente masculinos. En su artículo 24, el decreto dice lo siguiente: “La denominación de las Ligas profesionales deberá incluir la indicación de la modalidad deportiva de que se trate. No podrá existir más que una Liga Profesional por cada modalidad deportiva y sexo en el ámbito estatal”. Lo que significa impedir la existencia de ligas profesionales femeninas en los deportes en que ya exista una masculina- todos- y, por tanto, convenios colectivos que velen por los intereses laborales y económicos de las jugadoras. Una ley que ignora el marco normativo de nuestra Constitución establecido por la Ley Orgánica de Igualdad de 2007 y las directivas europeas para la no discriminación de la mujer. La última palabra la tienen las federaciones y después los clubes : contratar o no contratar a sus jugadoras como profesionales solo depende de ellos.
De las treinta mil mujeres con licencia de fútbol que hay en España (solo un tres por ciento del total de jugadores), únicamente treinta tenían contrato profesional en 2014, pese a jugar en equipos profesionales como Barça, Rayo Vallecano, Athletic de Bilbao o Atlético de Madrid. Los sueldos de las jugadoras profesionales de Primera División (la Superliga Femenina)- estas son de las pocas que cobran- rondan los mil euros mensuales para las más afortunadas, menos que los jugadores masculinos de Segunda B. Algunas mujeres futbolistas sobreviven con contratos basura que ni siquiera pueden reflejar la verdadera actividad a la que se dedican, un problema similar al que se enfrentan las prostitutas, pero con una remuneración bastante más pequeña. En 2015, el salario mínimo de los jugadores de Segunda División era de unos setenta y siete mil quinientos euros anuales. El jugador peor pagado de la Primera División se embolsó ciento cincuenta y cinco mil euros esa temporada.
Por eso, casi todas las futbolistas de la Roja femenina estudian o trabajan al tiempo que ejercen como jugadoras de la Selección. En 2015, el año del Mundial, Ainhoa Tirapu- licenciada en Químicas- trabajaba por las mañanas en un gran establecimiento dedicado a la venta de material deportivo y, por las tardes, entrenaba con el Athletic Club de Bilbao. ¿Alguien se imagina a un jugador masculino de la Selección vendiendo zapatillas de running entre concentración y concentración? Marimar Nieto, que alcanzó las semifinales de la Eurocopa en 1997, compaginaba el fútbol con su trabajo de mensajera. La situación de precariedad absoluta hace que la mayor parte de las jugadoras abandonen su carrera para labrarse un futuro o se vean obligadas a emigrar a Estados Unidos o Suecia, donde el soccer femenino es un deporte valorado y bien remunerado.
La Real Federación Española de Fútbol ( RFEF) gasta anualmente en el fútbol femenino, para toda España y todas las categorías, unos tres millones de euros ( el presupuesto general de este organismo fue, para 2015, de ciento cincuenta y ocho millones de euros). Desde 2012, además, la RFEF rechaza sistemáticamente todas las subvenciones que el Consejo Superior de Deportes tiene previstas para el desarrollo del deporte femenino para que, como una muestra de sensibilidad con la situación del país, ese dinero se pueda destinar a otras federaciones que lo necesitan más. En total, la Federación ya ha dicho no a unos cinco millones de euros, algo muy encomiable, si no fuese porque las jugadoras de la Selección femenina percibían como dietas veinticinco euros diarios en 2015- una cifra que no había variado en los últimos veinte años-, como denunció la capitana, Vero Boquete, en un programa de televisión. Tras la emisión de este programa, un directivo de la RFEF, enfermo de generosidad, anunció la idea de pagar a las jugadoras cuarenta euros por día si se concentraban en España y sesenta si lo hacían fuera de nuestras fronteras. Una realidad que debería sacar los colores a la Federación, que pagó seiscientos mil euros a cada jugador de la Roja masculina en el Mundial de Sudáfrica (2010) y que había prometido subirles las primas a setecientos veinte mil por cabeza si revalidaban el título en Brasil (2014), trescientos sesenta mil si eran finalistas y ciento ochenta mil si llegaban a las semifinales. Sueldos muy normales dentro del fútbol masculino, es cierto, pero que los admirados jugadores de la Roja ni siquiera tributaron en España durante el Eurocopa de 2008.
Para Luis Prado, entrenador del Alevín del Atlético de Madrid Féminas, campeonas de la Liga en una categoría en la que han cometido exclusivamente contra chicos sin perder ni un solo partido, “el sueldo de las jugadoras es ridículo. Están representando a su país, como mínimo deben ser valoradas de otra manera, Cuando además, todas estudian o trabajan y han tenido que pedir excedencias para poder disputar el mundial. Pagarles cuarenta euros de dietas me parece un insulto.
Un sinsentido”. Prado no se corta a la hora de criticar a la RFEF, que pone una enorme cantidad de dinero para los derechos televisivos del fútbol masculino, mientras que las jugadoras del femenino se tienen que pagar incluso los desplazamientos en autobús dentro de la península. A pesar de los logros que ha alcanzado con las chicas del Alevín (en 2015 consiguieron su segunda liga consecutiva), Luis Prado reconoce que las jugadoras son conscientes de que no se pueden ganar la vida con el fútbol por ser chicas. Por eso cree que las niñas son el doble de apasionadas y disciplinadas que los niños, pues si estos “no piensan que van a jugar en el Madrid, prefieren irse a hacer skate con los amigos”. El entrenador reconoce también que los padres de los niños no llevan demasiado bien que sus hijos pierdan contra un equipo de chicas. Si esos niños viesen por televisión a las jugadoras profesionales, quizá el concepto que tienen del fútbol femenino fuese diferente.
La engañosa generosidad de la Federación de Fútbol, la más solvente y rentable de España, responde también a la negativa de comprometerse a cumplir los requisitos del Consejo Superior de Deportes, que obliga a las federaciones a tener al menos tres mujeres en su directiva para percibir estas ayudas. La junta directiva de la RFEF estaba compuesta en 2015 por sesenta y tres hombres y una mujer. Y no parece que nadie tenga intención de cambiarlo.
Vicente Temprano, responsable del Comité de Fútbol Femenino en la RFEF (un hombre al mando de las mujeres, como siempre), declaraba lo siguiente antes del Mundial de Canadá: “Ahora tenemos esta historia de que si en la junta directiva tenemos que tener mujeres, pero no creo que podamos tener floreros”¡¿Cómo?! Esto es demasiado: mujeres florero, siglo XXI, hombre con gran responsabilidad en la Federación Española de Fútbol... Y después Temprano intenta compensarlo, tarde y a su manera: “La mujer es mucho más aguda, cuando llega a un cargo pregunta por la compensación económica, mientras que el hombre es mucho más romántico”. Ahora resulta que las mujeres no forman parte de los consejos de administración porque quieren cobrar, mientras que por todos es sabido que los hombres prefieren abrazar árboles y diseñar anuncios de compresas (sí, sí, los hacen hombres).
EL FÚTBOL, ESE REINO DE TAIFAS DEL MACHISMO.
La gallega Verónica Boquete, capitana de la Roja femenina y jugadora en el Bayern de Múnich desde la temporada 2015-2016 (después de pasar por distintos equipos de Rusia, Suecia, Estados Unidos y Alemania), fue elegida mejor futbolista del año en 2015 por la BBC británica. Además, Vero ganó la Champions ese mismo año con su equipo, el Frankfurt, y se convirtió así en la primera española en hacerse con el título. La santiaguesa, nacida en 1987, no olvida lo difícil que le fue dedicarse al fútbol, ya que de pequeña le impedían jugar con los niños, ni el machismo con el que tiene que vivir cada día. Ni la frase que más le repiten- “vete a casa a fregar platos”- y que, para ella, es la más dolorosa de todas.
La discriminación no acaba, por supuesto, en los sueldos. El machismo es la columna vertebral de las relaciones futbolísticas. En 2015 el que fue entrenador de la Selección española femenina durante veintisiete años, Ignacio Quereda, se convirtió en el blando de las iras de las internacionales, que pidieron públicamente su sustitución tras ser eliminadas en el Mundial de Canadá. Las jugadoras se mostraban hartas de la poca profesionalidad de Quereda, quien utilizaba estrategias caducas, no preparaba los amistosos pactados (de cara al Mundial, disputaron solo cinco partidos, uno de ellos contra un equipo de la Comunidad de Madrid y dos contra Nueva Zelanda) y se dirigía a ellas con términos como “mis chavalitas”. ¡Mis chavalitas! Este amigable seleccionador soltó, durante sus veintisiete años en el cargo, perlas del tipo “a ver quién ejerce de mujer y me prepara un café” y controlaba absolutamente todos los movimientos de las jugadoras dentro y fuera del campo, escogiendo y aprobando las entrevistas que concedían y prohibiéndoles, curiosamente, hablar de machismo en ellas. Un diamante en bruto que en cualquier otro país habría sido puesto, como mínimo, a disposición del criadero de bueyes más cercano. Tras el fracaso en el Mundial de Canadá y las acusaciones públicas por parte de las futbolistas, finalmente Quereda dimitió para gozo de las jugadoras y la humanidad en general.
Pero el machismo en el fútbol es como la lluvia de Santiago: nunca acaba. En junio de 2015, durante una tertulia en Radio Marca Sevilla en la que se hablaba del posible fichaje del jugador Rafael Van de Vaart por parte del Betis, se recordó el penoso episodio en que el otrora jugador del real Madrid agredió a su exmujer, Sylvie Meis, durante la fiesta de Nochevieja en 2012. Una agresión que el propio jugador reconoció públicamente. NI corto ni perezoso- retiro lo de corto-, el periodista Javier Mérida se lanzó al micrófono para justificar la agresión por parte del futbolista. Y soltó una retahíla de perlas machistas que casi convierten el programa Los Manolos – a cargo de Manolo Lama y Manu Carreño- en un manifiesto pro feminista: “Ella le reconoció que le había sido infiel, a ver si vamos ahora a...”, “yo no sé qué pasó, pero que si con dos copas en una fiesta de Fin de Año...” y otras por el estilo. Pero la hecatombe aún estaba por venir y, aunque uno de sus compañeros intentó frenarlo- “Javier, no termines de decirlo porque es un disparate”-, ya era demasiado tarde. Envalentonado y convencido de sus argumentos, Mérida continuó: “Si tú le pegas una guantá, eso no es ninguna agresión, ni es nada, ni maltrato, vamos a dejarnos de tonterías. La que está besando al otro, lo está haciendo muy bien, ¿no? Vamos a dejarnos de tonterías”. Y siguió mucho más allá, insinuando en un medio de comunicación que lo raro es el hombre que no le ha pegado a su mujer: “Pasado tenemos todos, y el que esté libre que tire la primera piedra”. Cuando el locutor, desesperado, intentó reconducir la conversación, a Mérida aún le quedaba la última guinda del pastel por colocar, la referida a Rubén castro, jugador del Betis, procesado por maltrato y amenazas hacia su exnovia: “Aquí el problema es como cuando hablamos de lo de Rubén Castro. Se pelean los dos, ella denuncia y él no. Que no sabemos lo que pasó, que nadie estaba allí”. Después vino el correspondiente aluvión de críticas en Twitter y, tras empezar poniéndose gallito, la presión lo superó y desapareció de las redes. La Asociación de Prensa de Sevilla lo suspendió de sus derechos sociales durante un año, la máxima sanción que contempla el reglamento de este organismo ante una falta grave. Y según confirmó Radio Marca, tampoco volverá a colaborar con ellos. Espero que no lo haga en ningún otro medio de comunicación.
Pero el público de algunos estadios tampoco escatima en cuanto a violencia machista se refiere. Como adelantaba, en mayo de 2013 Rubén castro, entonces jugador del Betis, era denunciado por su novia, Laura Pavón, por pegarle de manera muy violenta ( en los medios de comunicación circularon fotos de su cara, llena de hematomas) y haberla agredido sexualmente. Mese más tarde, castro era imputado por cuatro delitos de maltrato y uno de amenazas a su exnovia. En diciembre del año siguiente el jugador del Real Betis fue acusado en firme por el Juzgado de Violencia contra la Mujer de Sevilla, y la Fiscalía solicitó dos años y un mes de cárcel para él. Siendo ya un maltratador condenado, su equipo le permitió seguir jugando como si nada hubiese ocurrido, mostrando así su apoyo tácito a un agresor.
En febrero de 2015, por si todo este asunto no fuese ya poco vergonzoso, se produjo uno de los espectáculos más lamentables del fútbol en los últimos años. Desde las gradas, cientos de aficionados del Betis corearon la salida del jugador al campo con un cántico repugnante: “Rubén Castro alé, Rubén Castro alé, no fue tu culpa, era una puta, lo hiciste bien”. Y luego yo tengo que explicar por qué odio el fútbol masculino.
Pero es que, además, el machismo en el fútbol sale muy barato. Cincuenta euros de sanción es lo que impuso la Real Federación Andaluza de Fútbol a la Unión Deportiva Tesorillo- un club gaditano de la Segunda División masculina andaluza- por los insultos lanzados desde su estadio a una auxiliar de árbitro. Cosas como “guarra, puta, zorra”, “si Franco levantara la cabeza y os mandara a vuestro sitio, que es la cocina” o “vete a fregar, que este no es tu sitio”, se escucharon en marzo de 2015 desde las gradas de San Martín del Tesorillo. Para seguir con esta democracia misógina que tanto gusta a la RFEF, a la auxiliar se le prohibió realizar cualquier tipo de declaración a los medios de comunicación.
Y aunque el noventa y nueve por ciento de los equipos femeninos están dirigidos por hombres, las entrenadoras tienen asumido que jamás entrenarán a un equipo masculino de Primera División. Arantxa Alonso, seleccionadora de la Selección Catalana Sub- 18 femenina y que acumula más de diez años de formación, está convencida de que es más fácil llegar a presidenta de un país que dirigir un equipo de Primera. Y no le falta razón. En los dieciséis clubes que forman la Primera División femenina, solo hay una entrenadora: Milagros Martínez, responsable del Fundación Albacete Nexus.
Las principales reivindicaciones de las jugadoras de fútbol para empezar a revertir esta penosa situación se resumen en tres medidas que ya anunció Vero Boquete:
1) La televisión debería dar los partidos de fútbol femenino en abierto (algo que costaría unos seiscientos mil euros a la RFEF, lo mismo que pagaron a un solo jugador por ganar el Mundial).
2) El fútbol femenino debería incluirse en las quinielas en sustitución de los equipos extranjeros.
3) Los videojuegos de fútbol. (Algo se ha conseguido en su versión de 2016, por primera vez en su historia, el videojuego FIFA Pro incluye dos selecciones femeninas).
INSOLIDARIDAD.
A los jugadores de la Selección Española masculina no les interesa ni preocupa demasiado lo que pasa con sus compañeras. Absolutamente ninguno de ellos alzó la voz para reclamar unas condiciones dignas para las futbolistas, a pesar de que su repercusión mediática ayudaría mucho a visibilizar y dignificar el fútbol femenino. Luis Prado asegura que “si pidiésemos a alguno de ellos que mencionase a cuatro jugadoras de la Selección femenina, estoy convencido de que ninguno sería capaz”.
Como muestra, un botón: entre los internacionales españoles más conocidos, Sergio Ramos fue el único futbolista que deseó suerte a la Roja femenina.
( López Varela D. No es país para coños. Sobre la necesidad de una sociedad feminista. Ediciones Península. 2017)