Simone Weil parte de una formación filosófica marcada por la huella de su maestro Alain, el cual concedía mucha importancia a la voluntad. Este pensamiento ético, recibido de su admirado profesor, se podría resumir en que cada persona debe poseer una voluntad fuerte, y con ella pelear por un mundo justo, superando las dificultades y poniéndose al lado de los vencidos. Pues bien, estos planteamientos iniciales voluntaristas serán modificados hasta establecer un pensamiento original, personal, en el que subyacen sus experiencias vitales y profundas reflexiones e intuiciones fecundas.
En primer lugar, a raíz de su experiencia tras años en la fábrica- en un trabajo duro, impersonal-, Weil escribe que se suscitó en ella “lo que menos hubiera podido esperarme: la docilidad. Una docilidad de animal resignado. Me parecía haber nacido para esperar, para recibir, para ejecutar órdenes- como si toda mi vida no hubiera hecho otra cosa-. No me siento orgullosa de confesar esto”. La conclusión extraída le produce asombro, en primer lugar, a ella misma, pues jamás hubiera suscrito este postulado de partida, sino que más bien hubiera pensado en sentido contrario. Así pues, el papel teórico de la voluntad se ve menguado en la experiencia real de trabajadora en una cadena de montaje que roza lo infrahumano.
Sin despreciar o no considerar el papel de la voluntad, intuye que la acción humana dependerá más de una gracia con la que superar la fuerza de la gravedad, que del puro y simple ejercicio de la propia y sola voluntad.
1.Las dos fuerzas
Para la pensadora francesa dos fuerzas reinan en el universo: la luz (la gracia) y la gravedad. La gravedad es el movimiento propio de lo material (un movimiento hacia abajo), la ley que rige el movimiento de los cuerpos. Es también la característica esencial del modo de ser en el mundo, es decir, de la existencia. La gravedad es lo propio de la naturaleza. En el mundo todo está sometido a las condiciones de este movimiento incluso la materia psíquica del ser humano. La gravedad es, por decirlo de otra manera, el otro nombre de lo que desde antiguo la filosofía llamó necesidad.
Este concepto apunta a todo aquello que no puede ser de otro modo y que, por consiguiente, puede existir solamente de un modo. Lo real necesario (lo existente en el mundo) expresa así el encadenamiento de causas y efectos a lo que lo existente no puede sustraerse de ninguna manera. A este concepto fundamental se asocia el de fuerza; el aspecto que la necesidad adopta en el marco de las relaciones humanas, ese elemento que, a lo largo de la historia, resulta siempre necesariamente vencedor, puesto que traduce en el plano de lo humano ese movimiento ciego y mecánico que es el propio de la naturaleza.
El concepto contrario al de gravedad lo constituye eso que Weil llama luz (gracia). Este movimiento se asocia con el ascendente. El movimiento propio de las alas. Aquello capaz de elevar lo pesado, de hacer ascender lo grave, contraviniendo, así, el movimiento hacia abajo, propio de lo material. El pensamiento de Simone Weil fluye impulsado por el motor de conceptos contrarios como lo que acabo de nombrar. Pero esto no significa dualidad simple ni maniqueísmo. Así como las alas son capaces de elevar el cuerpo todo, la gracia es capaz de elevar lo material transfigurándolo. La gracia no hace desaparecer la necesidad propia de lo existente, no elimina la fuerza, pero sí puede conseguir una operación aparentemente contradictoria; que la materia “deje de ser lo que es sin dejar de ser”. Es decir, se eleve hasta otro plano más allá de lo natural.
Esta operación es algo que ocurre única y exclusivamente en el interior del ser humano al que se entiende como puente de unión de ambos polos, gravedad y gracia. El ser humano pues, se constituye en el único “lugar” en que se hace perceptible lo que existe en el mundo y, a la vez, lo que aquí en el mundo existe “solo como ausencia”. Lo humano es, pues, el espacio de la experiencia tanto de la necesidad y con ello, de la impotencia, como de la libertad, entendida como la capacidad de orientar su alma, única forma de libertad accesible al ser humano según la filósofa, hacia la ausencia de lo que se siente como una dolorosa y permanente hambre que el alma se niega a pretender saciar con lo que no es sino ilusión de alimento. Es el hombre de bien-belleza y verdad absolutos. El alma bien orientada se negará a satisfacer esa alma con sucedáneos, o, al menos, tomará conciencia dolorosa de que estos no son sino falsos alimentos, de que en este mundo no es posible encontrar el alimento que sacie, de verdad, esa hambre. Es esta orientación del alma la que hará posible la apertura hacia la gracia.
El amor, como dirección, es lo que hace posible la actuación de la gracia. Solo entonces podemos evitar transmitir el mal necesario. Sucede esto cuando en una situación de clara desproporción de fuerzas, el fuerte es capaz de tatar al débil como a un igual. Hace posible también que en situación de desgracia, el ser humano no sea destruido y no se vuelva, así, un cooperador necesario del mal respondiendo a la ley por la cual “Uno devuelve lo que recibe”, de acuerdo a la “ley de la gravedad”. Solo el amor puede impedirlo.
En resumen, Weil, al igual que sus admirados filósofos griegos estoicos, subraya la importancia de entender que la vida humana conlleva hacer algunas cosas, junto con el padecer otras muchas. Los griegos, afirma la filósofa francesa, captaron de lleno el núcleo de la vida humana al comprender que nuestra patria es nuestro destierro, y que, por tanto, hay que construir la vida contando con ello, sin engaños y sin decepciones cuando el destino, la gravedad, impone su ley y comprobamos la dureza de su fuerza.
2. La aceptación
La pensadora tiene que desplegar su libertad, y nadie es feliz si no actúa libremente. Pero la libertad humana tiene dos caras: una es la libertad de elegir, y otra la libertad de aceptar. Y tal vez, esta segunda actividad sea la más decisiva- por más frecuente- en el orden de nuestra felicidad. ¡Qué importante es comprender que en la vida humana hay que aceptar, como decisión libre, muchas circunstancias que no podemos cambiar! Entonces, al superar nuestra desdicha, se puede desplegar la gracia para con los demás, percibir sus dolencias y atenderlas. También trataremos de cambiar estas circunstancias, pero desde su aceptación, y en el tiempo en que ello sea posible.
Por el contrario, si no aceptamos las situaciones que la gravedad nos impone- aunque en el momento parezcan duras o injustas-, estaremos en la situación que hoy se describe como la de una persona que se encuentra quemada. El que no acepta con realismo la dureza de la vida, con el paso del tiempo se va decepcionando- en el fondo, al comprobar el peso de la gravedad-, va perdiendo sus sueños, y acumula un cinismo cada vez mayor. Lógicamente, no percibirá la llamada del dolor ajeno y no podrá ejercer la gracia con los demás.
3.La atención
“Una condición de la extrema belleza es la de estar casi ausente, o por la distancia o por la fragilidad. Los astros son inmutables, pero están lejanos; las flores blancas están ahí, pero ya casi destruidas”. Otra de las conclusiones que podemos obtener de esta reflexión sobre la pasividad que conlleva el vivir humano, es la que encierra esta proposición de Simone Weil: la belleza solo se revela a la persona que vive con atención. O visto desde el polo contrario: el frívolo, el superficial, el precipitado, el que pierde mucho tiempo, tal vez gastando muchas horas en el entretenimiento proporcionado por una televisión banal, o leyendo revistas insustanciales, nunca se verá enriquecido por la belleza.
A este respecto puede resultar sugerente la siguiente historia real. En Nueva York se realizó un experimento, aprovechando que un célebre músico celebró un concierto de violín que resultó extraordinario, y que además fue ejecutado con un maravilloso Stradivarius. Al artista le propusieron que tocara esas mismas piezas en el metro al día siguiente, pero disfrazado con ropas andrajosas de mendigo. Estuvo toda la mañana, recogió unos 30 dólares y solo dos personas se pararon a escuchar más de un minuto. Al terminar, relató que estaba impresionado porque había recibido una lección impagable: lo extraordinario puede estar pasando a nuestro lado y podemos no darnos cuenta si nos falta ilusión, capacidad de fijar la atención para descubrirlo.
4. El compromiso
“La experiencia de lo trascendente es algo que parece contrario, y sin embargo, lo trascendente solo puede conocerse por contacto, puesto que nuestras facultades no pueden elaborarlo”, escribe Weil, y en este aforismo se esconde un filón para abordar las verdades de orden artístico, ético y religioso; en otras palabras, aquellas verdades que trascienden al hombre, pero que le resultan fundamentales. Estas verdades no se pueden asaltar activamente, sino que se nos dan pasivamente cuando nos ponemos en contacto con ellas por medio de nuestro compromiso. De nuevo, se nos ofrece otra consecuencia importante, nacida de la comprensión de la persona como ser pasivo.
Entre las realidades que enriquecen al ser humano y lo trascienden se pueden señalar las siguientes: el amor, la amistad en sus diferentes formas; la plenitud que se obtiene cuando uno realiza una acción generosa respecto al prójimo; la experiencia estética que nos hace presentir la eternidad y nos deja rebosantes de gozo, de tal forma que desearíamos paralizar ese instante; la experiencia de lo religioso, de la cercanía de un Dios amado, que le da sentido al dolor, a la muerte, etc.
Una última e importante consecuencia se puede extraer en relación a su conocimiento: no se puede esperar a comprenderlas totalmente y a priori, y desde ese dominio actuar en consecuencia; sino que, primeramente, hay que comprometerse con decisión personal- ejercer la gracia para romper el círculo de la gravedad-, y contactar con ellas a través del compromiso, sin tener aún la experiencia suficiente. A partir de ese contacto gratuito, entonces sí que nos llenaremos del contenido enriquecedor de estas verdades trascendentes, comprendiéndolas ahora a posteriori (Un pensador español, Rof Carballo, las denomina con el término de realidades mensajeras, que puede resultar clarificador).
(Iván López Casanova. Pensadoras del siglo XX. Ediciones RIALP. Madrid. 2019)